sábado, 3 de noviembre de 2012

ABSOLUTAMENTE TODOS

AFILAN LAS ESPADAS DE LAS LETRAS


Miras a mucha gente como si fueran, ya no extraños, sino extraterrestres.
Les miras detenidamente, no tanto por su ropa (aunque el aspecto sea blanco perfecto para colgar allí donde crees que no existes tu sombrero e incluso tu propia frustración) sino por su vida, esa vida que imaginas mantienen con soltura, esa vida que tu crees mantener al hilo y ellos apenas aprendieron a rozar.
Crees que el orgullo es solo de los demás, que no te pertenece, que tu nunca estuviste en ese barco.
Y acicalas los recuerdos como un gatete, lamiendo heridas que crees que eres el único que ha sufrido y (en este caso de forma peyorativa hacia tí mismo ahogas un grito cansado en el aire de tu cielo, que no es suyo, ni de aquel, que es solo de él mismo) el único que te cuesta superar.
Nada es igual desde tu ventana, lo que ves pasar nunca será igual a lo que ven pasar otros que sufren del delirio del amor o la muerte. Piensas que es imposible, que ella o él no salen a espadazos con el duelo, que si cantan lo hacen para adentro, que si ríen nunca volverán a amar, tan solo tu lo harás sumido en la desesperanza creyéndote un dios que alguien hizo destronar.
No es cierto,  no es cierto que sean más originales, más humanos, parece que anden tan campantes, que su sadismo baile un son siniestro, que sus palabras salgan de sapos muertos y hambrientos.
Es triste y cruel e injusto. Tu nunca quisiste decir eso en cambio ellos afilan las espadas de las letras, ellos rebuscan el mal entre las excusas y la desidia, ellos le untan a los demás un hierro que jamás ellos mismos iban a probar.
Miras y remiras y te sientes único, porque tienes más ángel o porque no ensañas las decisiones difíciles o porque solo tu no eres prepotente con lo tuyo, con tu historia, con el maquillaje que tus padres te hicieron ponerte.
Observas como sufren los pequeños, como algunos solidarizan sus esfuerzos, callendo la noche oteas el horizonte y te empiezas a ver pequeño.
Eran ellos tu reflejo...pensaste. Eran ellos tu misma cara, la otra que resurge cuando nadie te amaba o esa que asoma las orejillas pensando que nadie te amo o te estaba amando.
Olvidas tu vida, la del otro, la de aquel. Son todas distintas pero te haces cada vez más pequeño y solo así comprendes que no hay gigantes eternos, que ni tu eras un semi-dios, que ni ella era un simple recuerdo de tus días vagos.
La ves, la remiras, es bella, sonríe, también rechista, también suspira como tú también es sirena de la noche y también mágica despedida. Aunque a veces te das cuenta y vuelves...la remiras, a veces es un ogro malhumorado, a veces el otro es un simple druida.
Pero todos, absolutamente todos, manejan los mismos sentimientos metidos en una chistera y a veces se olvidan, a veces no aciertan, a veces se piensan que nadie les mira.
Somos iguales porque tenemos la misma chistera...somos distintos porque olvidamos moverla pero luego volvemos a ser los de siempre (humanos en por el día, noctámbulos perdidos por la noche) , jugamos con las mismas cartas, los mismos conejos, las mismas condenas...
Basta ya de pensar que era él mas egoísta o ella mas siniestra, o aquel más ángel, o aquel la puerta...
Todos somos mil caras, mil puertas, mil valientes oportunidades de estar vivos.
Todos somos quimeras...

1 comentario:

Fernando dijo...

Me parece que te refieres a esa sensación que sienten las personas de sentirse únicas y no ver que a todos les pasan las mismas cosas. Hay que mirar más hacia fuera y no tanto hacia el propio ombligo de uno. A mí esta reseña me ha valido como moraleja, si es que es esa la pequeña enseñanza. Muy buen texto, creativo y totalmente isthariano. Enhorabuena!!